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jueves, 20 de febrero de 2014

JB3.- Lo nuestro ¿es arte?

Artikuluaren oinarrizko proposamena / Propuesta base del artículo: 
Se propone recoger una idea que de vez en cuando surge sobre la conveniencia de promover una marca que identifique una manera de producir teatro en el marco de valores, calidades y buenas prácticas que Eskena defienda. Ello podría suponer una ventaja competitiva con respecto a otras formas de producción desreguladas, intrusistas o que no respeten los condicionantes legales y socio laborales que son comunes a las empresas. Por debajo discurre un debate sobre la naturaleza artística y cultural de nuestro trabajo teatral y la posibilidad o no de objetivarlo con criterios positivistas.
Artikuluaren testu osoa / Texto completo del artículo


Una de las respuestas al artículo 2 afirmaba rotundamente que nuestra actividad era Arte y que, por consiguiente, no podía establecerse un paralelismo con cualquier otro tipo de actividad productiva.
Abstrayéndola de este contexto, inicialmente parece interesante detenerse en la naturaleza de nuestro trabajo: Lo nuestro, ¿es arte? ¿Cabe la posibilidad de objetivar lo artístico?
Esto requeriría partir del interrogante sobre qué es el arte y enunciar una definición que recogiera fenomenología y categorías de referencia para poder confirmar que, en toda ocasión, un trabajo teatral es una obra artística.

Pues bien, más allá de su origen etimológico, “facultad, habilidad técnica o destreza para hacer algo”, el techné griego, este intento de determinar el concepto de arte ha sido uno de los problemas centrales de la estética y ha recorrido el tiempo de Platón a Gadamer, interesando el pensamiento de, por resaltar algunos nombres imprescindibles, Descartes, Hume, Kant, Hegel, Engels, Nietzsche, Schopenhauer, Marx, Foucault, Eco o Vattimo entre otros muchísimos. Y esto por no citar a ninguno de los innumerables teóricos y/o artistas que han reflexionado desde intramuros del arte o del propio teatro. El conjunto de esta producción intelectual es apasionante, abrumador. Sin embargo, podríamos afirmar la imposibilidad conceptual de formular una definición comprensible, universal e inmutable del Arte siempre en permanente mutación. Por el contrario, en el remolino de la posmodernidad actual podemos encontrar disparidades tales como: “Arte es todo lo que el hombre llama Arte” (Dino de Formaggio) o “ha llegado a ser evidente que nada en el arte es evidente”, del mismo Adorno que enuncia que “todas las obras de arte y el Arte mismo son enigmas”. Mientras que Goodman afirma que la obra de arte, considerada como lenguaje, “es una búsqueda sin fin” e incluso reconoce la imposibilidad de distinguir entre las experiencias estéticas y las que no lo son, el más funcional Ernst Gombrich proclama a bocajarro que: “no existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas”. Quizás debamos pues, no pretender categorizar automáticamente nuestro trabajo  como arte y poner más bien el acento en si nuestra intención es realmente la del artista.

Mientras los animales permanecen en suspenso histórico obedeciendo sólo al dominio de la biología, el ser humano pretende comprender y actuar sobre su propia vida y sobre lo que existe en la naturaleza. Para ello, ha refinado códigos complejos de comportamientos, signos y modelos de pensamiento a los que llamamos culturas y que encuentran en el lenguaje expresión y nuevas posibilidades de conocimiento. El sapiens alcanza así la competencia de juzgar en base a un corpus de saberes y principios éticos, estéticos… Pero ella sola no le bastaría al ser humano para actuar si no dispusiera de un sentido innato de la calidad, ‘de pretender mejorar el mundo y mejorarse’, según René Huyge. Es ésta calidad distintiva que solo reside en la sensibilidad y el entendimiento del ser humano a lo que llamamos, en palabras de arte, la “belleza”. Conocimiento y calidad, pensamiento y belleza: he aquí el territorio del arte; solo quienes se adentren en él merecerán en rigor ser reconocidos como artistas por el público y sus coetáneos artísticos.

Al contrario, resulta incuestionable el confirmar al teatro como un hecho de cultura pura, un relato de simbologías, conceptos y significados que promueve sociedad. Tampoco caben dudas para afirmarlo como producto de la creatividad humana, aunque deberíamos considerarla de forma correcta. Según Paul Bohannan, la creatividad supone dos cualidades especiales, fáciles de exponer, difíciles de hacer:
1.    Atreverse a cuestionar el programa estandarizado que la cultura proporciona para hacer las cosas (y esto sólo resulta posible para quien comprende a fondo su cultura).
2.    Extraer ideas de un concepto y trasplantarlas a otro (recontextualización)

En nuestro contexto, este ejercicio cultural que es la práctica escénica tiene lugar principalmente en una cadena de mediación con eje en el mercado, un encuentro de oferta y demanda que regula la aceptación o no de la producción. Es aquí donde la obra será juzgada en función de su naturaleza artística o no; su calidad, su capacidad de mejorar el mundo o no; su belleza, la elevación o no de su pensamiento; su creatividad o convencionalismo, su facultad para provocar una experiencia compartida lúdica, placentera, sensitiva, emocional, alumbradora, racional…

En este espacio de mediación que son en general los mercados de competencia es habitual la categorización, el etiquetado de los productos ofertados para una mejor y más rápida apreciación de sus cualidades previstas por parte de la demanda. Sean bienes o servicios, son usuales Q-es de calidad, normas ISO, estrellas michelín, denominaciones de origen, certificados eco, sellos bio, labeles de trazabilidad…

Un sello, una marca, es una herramienta de diferenciación en el mercado, una posible ventaja competitiva. Señala, además, un estándar de buenas prácticas que finalmente afecta al conjunto de productores y orienta el interés de la demanda. Ahora bien: ¿Es extrapolable a nuestro mercado teatral esta herramienta, o sea, un sello que identifique una determinada forma de teatro profesional ‘escogido’? Ello requeriría una cierta objetivación sobre la cualidad de la obra teatral y su proceso de producción, así como la designación del propietario de esta resbaladiza tarea y la técnica adecuada a emplear.

En la brevedad de este artículo tan sólo se abre una sugerencia sobre la posibilidad de reflexionar sobre ello en la producción escénica, que se sitúa en un limbo entre el intangible enigma de lo artístico, la fría práctica empresarial y el coherente aprovechamiento de los dineros públicos. Se afirma, preliminarmente, la posibilidad de un grado suficiente de positivismo, de objetividad, quizás no sobre lo puramente artístico, pero sí en lo que tiene de ejercicio cultural, creativo y productor. Sin olvidar, por otro lado, que también en el terreno estricto de lo artístico existen manifiestos -dadaístas o Dogmas 95,  escuelas, movimientos u otros sellos ‘de interés cultural’ que califican y definen la obra artística.


Si tras vuestros comentarios pensamos que podemos responder afirmativamente a la pregunta, en un nuevo artículo abriríamos una segunda parte de mayor concreción propositiva.

Jasotako balorazioen batezbestekoak/ Medias de las valoraciones recibidas:
·        Participación: 4 respuestas (16%)
·        Gaiaren garrantzia / Importancia del tema: 6
·        Un sello de selección sería una herramienta útil de diferenciación competitiva: 5
·        Podemos hacer un determinado tipo de juicio objetivo sobre la obra teatral : 6
·        Merece la pena estudiar una propuesta de criterios de selección para este sello: 5,25

Lotura jasotako erantzunera / Acceso a las respuestas recibidas:
No despierta el interés suficiente como para continuar abierto al debate.

Mintzagaia itxita/ Hilo cerrado

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