Artikuluaren oinarrizko proposamena / Propuesta base del artículo:
Se propone recoger una idea que de vez en cuando surge sobre la conveniencia de promover una marca que identifique una manera de producir teatro en el marco de valores, calidades y buenas prácticas que Eskena defienda. Ello podría suponer una ventaja competitiva con respecto a otras formas de producción desreguladas, intrusistas o que no respeten los condicionantes legales y socio laborales que son comunes a las empresas. Por debajo discurre un debate sobre la naturaleza artística y cultural de nuestro trabajo teatral y la posibilidad o no de objetivarlo con criterios positivistas.
Una de las respuestas al artículo 2 afirmaba rotundamente
que nuestra actividad era Arte y que, por consiguiente, no podía establecerse
un paralelismo con cualquier otro tipo de actividad productiva.
Abstrayéndola de este contexto, inicialmente parece interesante
detenerse en la naturaleza de nuestro trabajo: Lo nuestro, ¿es arte? ¿Cabe la
posibilidad de objetivar lo artístico?
Esto requeriría partir del interrogante sobre qué es el arte
y enunciar una definición que recogiera fenomenología y categorías de
referencia para poder confirmar que, en toda ocasión, un trabajo teatral es una
obra artística.
Pues bien, más allá de su origen etimológico, “facultad,
habilidad técnica o destreza para hacer algo”, el techné griego, este intento
de determinar el concepto de arte ha sido uno de los problemas centrales de la
estética y ha recorrido el tiempo de Platón a Gadamer, interesando el
pensamiento de, por resaltar algunos nombres imprescindibles, Descartes, Hume,
Kant, Hegel, Engels, Nietzsche, Schopenhauer, Marx, Foucault, Eco o Vattimo
entre otros muchísimos. Y esto por no citar a ninguno de los innumerables
teóricos y/o artistas que han reflexionado desde intramuros del arte o del
propio teatro. El conjunto de esta producción intelectual es apasionante, abrumador.
Sin embargo, podríamos afirmar la imposibilidad conceptual de formular una
definición comprensible, universal e inmutable del Arte siempre en permanente
mutación. Por el contrario, en el remolino de la posmodernidad actual podemos
encontrar disparidades tales como: “Arte es todo lo que el hombre llama Arte”
(Dino de Formaggio) o “ha llegado a ser evidente que nada en el arte es
evidente”, del mismo Adorno que enuncia que “todas las obras de arte y el Arte
mismo son enigmas”. Mientras que Goodman afirma que la obra de arte,
considerada como lenguaje, “es una búsqueda sin fin” e incluso reconoce la
imposibilidad de distinguir entre las experiencias estéticas y las que no lo
son, el más funcional Ernst Gombrich proclama a bocajarro que: “no existe,
realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas”. Quizás debamos pues, no pretender
categorizar automáticamente nuestro trabajo
como arte y poner más bien el acento en si nuestra intención es
realmente la del artista.
Mientras los animales permanecen en suspenso histórico
obedeciendo sólo al dominio de la biología, el ser humano pretende comprender y
actuar sobre su propia vida y sobre lo que existe en la naturaleza. Para ello,
ha refinado códigos complejos de comportamientos, signos y modelos de
pensamiento a los que llamamos culturas y que encuentran en el lenguaje
expresión y nuevas posibilidades de conocimiento. El sapiens alcanza así la
competencia de juzgar en base a un corpus de saberes y principios éticos,
estéticos… Pero ella sola no le bastaría al ser humano para actuar si no
dispusiera de un sentido innato de la calidad, ‘de pretender mejorar el mundo y
mejorarse’, según René Huyge. Es ésta calidad distintiva que solo reside en la
sensibilidad y el entendimiento del ser humano a lo que llamamos, en palabras de
arte, la “belleza”. Conocimiento y calidad, pensamiento y belleza: he aquí el
territorio del arte; solo quienes se adentren en él merecerán en rigor ser
reconocidos como artistas por el público y sus coetáneos artísticos.
Al contrario, resulta incuestionable el confirmar al teatro
como un hecho de cultura pura, un relato de simbologías, conceptos y
significados que promueve sociedad. Tampoco caben dudas para afirmarlo como
producto de la creatividad humana, aunque deberíamos considerarla de forma
correcta. Según Paul Bohannan, la creatividad supone dos cualidades especiales,
fáciles de exponer, difíciles de hacer:
1. Atreverse a
cuestionar el programa estandarizado que la cultura proporciona para hacer las
cosas (y esto sólo resulta posible para quien comprende a fondo su cultura).
2. Extraer ideas de
un concepto y trasplantarlas a otro (recontextualización)
En nuestro contexto, este ejercicio cultural que es la
práctica escénica tiene lugar principalmente en una cadena de mediación con eje
en el mercado, un encuentro de oferta y demanda que regula la aceptación o no
de la producción. Es aquí donde la obra será juzgada en función de su
naturaleza artística o no; su calidad, su capacidad de mejorar el mundo o no;
su belleza, la elevación o no de su pensamiento; su creatividad o
convencionalismo, su facultad para provocar una experiencia compartida lúdica,
placentera, sensitiva, emocional, alumbradora, racional…
En este espacio de mediación que son en general los mercados
de competencia es habitual la categorización, el etiquetado de los productos
ofertados para una mejor y más rápida apreciación de sus cualidades previstas
por parte de la demanda. Sean bienes o servicios, son usuales Q-es de calidad,
normas ISO, estrellas michelín, denominaciones de origen, certificados eco,
sellos bio, labeles de trazabilidad…
Un sello, una marca, es una herramienta de diferenciación en
el mercado, una posible ventaja competitiva. Señala, además, un estándar de
buenas prácticas que finalmente afecta al conjunto de productores y orienta el
interés de la demanda. Ahora bien: ¿Es extrapolable a nuestro mercado teatral
esta herramienta, o sea, un sello que identifique una determinada forma de
teatro profesional ‘escogido’? Ello requeriría una cierta objetivación sobre la
cualidad de la obra teatral y su proceso de producción, así como la designación
del propietario de esta resbaladiza tarea y la técnica adecuada a emplear.
En la brevedad de este artículo tan sólo se abre una
sugerencia sobre la posibilidad de reflexionar sobre ello en la producción
escénica, que se sitúa en un limbo entre el intangible enigma de lo artístico,
la fría práctica empresarial y el coherente aprovechamiento de los dineros
públicos. Se afirma, preliminarmente, la posibilidad de un grado suficiente de
positivismo, de objetividad, quizás no sobre lo puramente artístico, pero sí en
lo que tiene de ejercicio cultural, creativo y productor. Sin olvidar, por otro
lado, que también en el terreno estricto de lo artístico existen manifiestos
-dadaístas o Dogmas 95, escuelas,
movimientos u otros sellos ‘de interés cultural’ que califican y definen la
obra artística.
Si tras vuestros comentarios pensamos que podemos responder
afirmativamente a la pregunta, en un nuevo artículo abriríamos una segunda
parte de mayor concreción propositiva.
Jasotako balorazioen batezbestekoak/ Medias de las valoraciones recibidas:
· Participación: 4 respuestas (16%)
· Gaiaren garrantzia / Importancia del tema: 6
· Un sello de selección sería una herramienta útil de diferenciación competitiva: 5
· Podemos hacer un determinado tipo de juicio objetivo sobre la obra teatral : 6
· Merece la pena estudiar una propuesta de criterios de selección para este sello: 5,25
Lotura jasotako erantzunera / Acceso a las respuestas recibidas:
No despierta el interés suficiente como para continuar abierto al debate.
Mintzagaia itxita/ Hilo cerrado
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