Artikuluaren oinarrizko proposamena / Propuesta base del artículo:
Ante la reducción del circuito de exhibición público, se propone una reflexión sobre qué posible estrategia podemos abrir considerando el mercado público actual caracterizado por la existencia de un consumidor primario (los responsables teatrales) y un consumidor secundario (los públicos). Se interroga sobre nuestra posibilidad de actuar en el terreno de la exhibición de nuestros propios espectáculos.
Artikuluaren testu osoa / Texto completo del artículo
Esta es una nueva entrega sobre las particularidades del mercado teatral y nuestra operatividad en él, otro paseo por esa delgada línea de demarcación que es el punto de encuentro oferta/demanda.
Quienes aún disfrutéis de buena memoria –no siempre es mi caso- recordaréis una pregunta que iniciaba la reflexión estratégica de Eskena en el año 2008: ¿Pero, quién es nuestro cliente, los teatros o los públicos? Más allá de su aparente simplicidad, la respuesta frecuentemente vendrá condicionada más por la práctica concreta de quien la responda que por la estricta objetividad. ¿O quizás al revés, y la práctica concreta de quien responda resulta coherente con la respuesta que una compañía ha formulado previamente, tras un diseño estratégico?
En todo caso, parece importante para cualquier oferta dilucidar a quién va dirigida, pues las maniobras necesarias de comunicación y provocación de la venta pueden ser bien diferentes según los clientes destinatarios.
Quizás, la Biología pueda ayudarnos gracias a su exposición de la cadena trófica en la cual, además de los productores (vegetales), enumera diferentes consumidores (primarios, secundarios, etc.).
Análogamente, nuestra producción es consumida por unos clientes primarios, los responsables de las salas, que se definen porque ser quienes poseen la decisión de compra. En nuestro territorio esta decisión de compra es la que determina definitivamente la posibilidad de una actuación, y el caché es el instrumento de intercambio principal.
Siguiendo la cadena, aparece un cliente secundario, que sólo accede a los ‘nutrientes’ de la producción a través del cliente primario: es el público, los espectadores/as que ejercen su decisión de consumo, a través de su asistencia y el pago de la entrada.
Planteado en términos mercantilistas (somos sociedades mercantiles) y olvidándonos ahora de las pasiones y artes que mueven nuestros trabajos, creo que éste es un esquema simple pero sugerente para seguir analizando nuestro mercado / hábitat teatral.
Así pues, podríamos considerar que hay un mercado primario, el de los responsables teatrales. Es mayoritariamente público, un oligopsonio que es, según la Wikipedia: “del oligos (poco) y psonio (compra), una situación de competencia imperfecta que surge en un mercado donde existe un número pequeño de demandantes en los cuales se deposita el control y el poder sobre los precios y las cantidades de un producto en el mercado”.
En nuestra geografía, al no existir –salvo muy honrosas excepciones- teatros de iniciativa privada, éste es el único mercado al que puede acudir el cliente secundario, el público espectador, para ejercer su decisión de consumo más o menos directamente del productor.
Es momento de puntualizar que esta descripción, concisa y un tanto caústica, no implica un juicio sobre lo que de bueno y malo (que de los dos hay) tiene el actual modelo, ni sobre los profesionales públicos que operan en él. Ello requeriría un ejercicio crítico diferente compartido entre las partes. Así pues, la imagen no muestra un juicio a priori, pero sí el terreno donde se están tensionando todas las fuerzas que conformaban el equilibrio inestable en el que hasta ahora hemos aprendido a movernos.
Sabemos que hay un cambio en marcha que afecta ya a los usos y hábitos de producir y vivir las actividades culturales. Un cambio progresivo del modelo de acceso que tiene sus orígenes en la ya quincuagenaria democratización cultural, que parece puede acabar siendo borrada del mapa por la ciclogénesis económica actual. Es un ciclo en declive que creará otras formas y oportunidades pero que, en lo que se refiere al mercado teatral, nos permite hacer una afirmación: No se atisban expectativas de crecimiento del circuito público vasco para las compañías de Eskena.
Por un lado, Sarea tiene ya uno de los mejores ratios de salas por habitantes y es el segundo circuito estatal en lo que a inversión por habitante se refiere (ver gráficos).
Por otro, parece confirmarse como tendencia la doble pinza de competencia para nuestras compañías:
- En lo profesional, Sarea valora positivamente el teatro español.
Es una competencia muy importante cuantitativa y cualitativamente, con ofertas económicas a la baja. Ya en 2010 un 42% de las producciones exhibidas eran foráneas de EH (La Red). Y no olvidemos que son más de 3000 las compañías teatrales no vascas, de ellas 150/200 (5%) altamente competitivas -152 recibieron ayudas a giras de INAEM-.
- En lo no profesional, la programación en ‘clave vasca’ (euskara, producción local, cultura propia, etc.), es cubierta aproximadamente en un 30% por la oferta no mercantil y el pequeño formato.
Estos son perfiles del mercado primario en la CAE, con varios retos para las compañías de Eskena. Para desenvolvernos dentro de él siempre hemos destacado como líneas principales de trabajo la imprescindible apuesta por la calidad de nuestras producciones y el incremento de audiencias.
¿No ha llegado el momento de intervenir también en los condicionantes de la exhibición? Son dos movimientos diferentes:
- Decisión de compra. Dado que los programadores no son empresarios privados sino que gestionan dinero público en función del bien común, como agentes que somos ¿deberíamos tener algún grado de colaboración, influencia, control, asesoría o co-gestión en las programaciones? ¿Somos las compañías competentes para promover fórmulas de participación o incluso reclamar cesiones administrativas sobre los bienes públicos que son los teatros si éstos estuvieran objetivamente mal gestionados, o no es nuestra tarea?
- Decisión de consumo. Hay muchas prácticas exitosas de comercialización que apuestan por que los productores sean los propios vendedores de sus bienes o servicios. Quizás deberíamos incluir en nuestras preocupaciones estratégicas el abrir espacios propios para exhibir nuestros espectáculos directamente.
No es fácil y la cautela debe imponerse, pero sin duda esto daría oxígeno a un mercado cada vez más comprimido. Inicialmente en las localidades más pobladas, tener salas de gestión propia nos permitiría explorar fórmulas con un estilo e implicación diferentes, quizás sirviendo de referencia o contrapunto a lo existente. Nos situaría directamente delante de nuestros públicos destinatarios. Y solo la rutina puede defender que el dinero público únicamente pueda gestionarse desde lo público - de hecho no es así.
¿Dónde acaba el territorio de nuestra acción?
Mintzagaiak zabalik / Hilo abierto